Ese día, Cabo ladraba desesperadamente entre los carros del parqueadero. Se movía de un lado a otro, corría, estiraba sus patas delanteras hasta tocar el piso con el pecho y ladraba más fuerte, intentando avisar a los guardas.
Los vigilantes, extrañados, se acercaron para ver qué sucedía. En medio de dos carros, tirado en el suelo, encontraron a José Germán Vengoechea, entonces director del Centro de Información de la Universidad, quien estaba sufriendo un ataque cardiaco.
Esta anécdota, que es apenas una entre muchas que tienen como protagonista a Cabo, ilustra muy bien el fuerte vínculo de amistad que se creó entre nuestra mascota y José Germán. Su historia comenzó en el 2008, cuando Cabo llegó a la Tadeo siguiéndolo a él.
Vengoechea, un personaje tadeísta entrañable, tenía una gran afinidad por los animales, y como Cabo vivía en la calle, lo alimentaba y estaba pendiente de él.
Poco a poco, nuestro perrito empezó a familiarizarse con la Universidad. Se acostaba en la portería del parqueadero de la biblioteca, en la oficina de Vengoechea y recibía, gustoso, los pedazos de Chocoramo que le daban los estudiantes.
Aunque es claro que José Germán salvó a Cabo al adoptarlo, también lo es que Cabo lo salvó a él; siempre estaban juntos, eran amigos, se tenían respeto y lealtad. Pronto esta amistad se extendió a toda la comunidad tadeísta, y es así como Cabo se convirtió en nuestra mascota.
José Germán Vengoechea falleció en el 2013. “Yo creo que yo no lo encontré, él me encontró a mí. Él fue el que adoptó a la universidad, la universidad no lo adoptó a él”, señaló Vengoechea en un reportaje que se produjo sobre la historia de Cabo.
Gracias por tanto, Cabo
Han pasado 10 años desde que este amistoso perro llegó a cambiar vidas en Utadeo. Quienes vienen a la universidad a diario saben lo que significó verlo siempre en la entrada: patrullando, saludando, recibiendo dignamente centenares de caricias.
“El querido hermano Cabo comenzó a convertirse en un personaje en la entrada. Por las noches salía a sus parrandas, era un perro callejero, con mucha personalidad, muy independiente pero muy afectuoso”, señala Evaristo Obregón, miembro del Consejo Directivo de la Universidad.
Johana Suárez, médica veterinaria de Cabo y Cabito (que en enero del 2017 llegó a hacerle compañía a Cabo), describe a Cabo como un perrito guerrero y educado, con un espíritu libre y auténtico. Tal vez por eso le gustaba revolcarse en la cancha cada vez que lo bañaban.
Para muchos ha sido la mascota que nunca pudieron tener en casa; para otros, un consejero incondicional. Lo cierto es que Cabo transformó la cotidianidad de todos solo con su presencia, con un saludo corto cada mañana.
“Él comparte día a día con nosotros absolutamente todo, si tú necesitas un abrazo se lo puedes dar a él, si tienes miedo para un parcial vas y lo tocas. Ese apoyo que él da sin decir nada es mucho más valioso que lo que otras personas te podrían decir”, afirma Mariana Grisales, estudiante y líder del colectivo Salvando Garritas.
En este momento de transición, después de años de compañía y aprendizajes, solo podemos enviarle, al sitio en el que pasa sus últimos días cuidado y protegido, un enorme: “Gracias, Cabo”.
Gracias, amigo y guardián, por tu autenticidad, tu amor desinteresado, tu fidelidad, por cuidarnos y elegirnos como tus humanos. Marcaste el corazón de miles de tadeístas -entre estudiantes, egresados, profesores y trabajadores- que encontraron en ti el significado de la nobleza y la valentía.
Muchos coinciden en que eres símbolo de la misión de la universidad y del tadeísmo, porque como legado de la Expedición Botánica, pertenecer a esta institución significa también proteger al medio ambiente y a los animales.
Fueron muchos años de verte fiel en la puerta y ahora nos enseñas a decir adiós. Gracias infinitas, Cabo.
#TeAmamosCabo