A propósito de la visita del papa Francisco a Colombia, que se efectuará del 6 al 10 de septiembre, en la cual se beatificará al sacerdote Pedro María Ramírez, asesinado el 10 de abril de 1948 cuando ejercía como párroco de Armero, el consejero de Utadeo, José Fernando Isaza, relata, en su más reciente columna de opinión publicada en El Espectador, bajo el título de "Beatigicación", la historia popular según la cual Ramírez maldijo a ese municipio del Tolima antes de morir a manos de quienes pedían venganza por el asesinato de Gaitán. La maldición se ‘cumpliría’ el 13 de noviembre de 1985, cuando una avalancha arrasó con la ciudad y mató a 25.000 personas.
Sin embargo, como anécdota, Isaza recuerda que en el desastre natural se preservaron dos sitios: el cementerio y el barrio de las prostitutas, este último probablemente se salvó no solo porque estaba un metro más alto que el resto de la población, sino además porque luego de la muerte del padre Ramírez, la turba furiosa lo dejó insepulto y desnudo, sin que nadie se atreviese a concederle la honras fúnebres por temor a la ira popular. Solo las prostitutas se atrevieron y lo enterraron.
Finalmente, el columnista reflexiona sobre sí es políticamente correcto beatificar a quien maldice a un pueblo, pues la sociedad no lo consideraría como santo: “Los caminos de la divinidad son inescrutables, pero puede plantearse la inquietud: si la beatificación del padre Ramírez obedece a un deseo de honrar a Armero, ¿no es más apropiado beatificar a Omayra Sánchez? Es querida por todos y quien de acuerdo con los centenares de placas de agradecimientos por favores y milagros recibidos parece una eficiente intermediaria entre los hombres y los dioses (…) Si con la beatificación se quiere rendir un tributo a los muertos de la Violencia, ¿por que no hacerlo con el primer asesinado o con alguno de los centenares de miles de víctimas?”