Tras conmemorarse 23 años del genocidio del que fue victima la población musulmana masculina del municipio de Srebrenica, en la antigua Bosnia Herzegovina, donde un ejército serbio asesinó a más de 8.372 personas, el consejero de Utadeo, José Fernando Isaza, en su columna de opinión en El Espectador, rememoró estos fatídicos hechos para señalar que “no es ético limitarse a condenar los crímenes incentivados por una de las religiones y exculpar los de la propia”, luego que este crimen fuera incentivado por una limpieza étnica y religiosa, en la que participaron ejércitos cristianos apoyados por tropas paramilitares.
De esta manera, asegura el columnista, lo sucedido entre el 11 y el 15 de julio de ese año, es un crudo relato similar al registrado mil años atrás, cuando en el periodo de las Cruzadas las hordas cristianas masacraron a todos los hombres de la Jerusalén vencida: “Los serbios querían anexar parte de Bosnia y requerían un exterminio de la población musulmana. En la Asamblea de la República Serbia de Bosnia-Herzegovina se aprobó el genocidio”, subraya Isaza.
Señala también que, pese a que la zona estaba protegida por los cascos azules de Naciones Unidades, de nacionalidad holandesa, a estos poco les importó la seguridad de los civiles, pues siempre demostraron su desprecio por la comunidad musulmana: “No protegieron a los civiles; violando los protocolos los reunieron en una gran bodega y permitieron que las tropas serbias se los llevaran para torturarlos y asesinarlos. En realidad, para este contingente holandés la única prioridad era su propia seguridad”.
Hoy, los vestigios de este genocidio aún quedan grabados en el Museo de Memoria Histórica de aquel municipio, lugar en el que precisamente fueron ejecutados estos hombres musulmanes.