La vida de un guerrillero de base

Gilbert Vargas es guerrillero de la columna Teófilo Forero. Lleva doce años en el movimiento insurgente. Cuando tenía diez años, su mamá lo llevó a San Vicente del Caguán para que conociera la otra realidad del País. Lo que observó le gustó. La disciplina, las armas y las formaciones guerrilleras le llamaron la atención. Se enamoró de todo lo que representa las Farc.

Gilbert es un guerrillero en todo el sentido de la palabra. Desde los trece años empezó a ir a diferentes campamentos guerrilleros para que le explicaran qué debía hacer para que lo aceptaran en las Farc. Al principio le deba miedo, temor a lo desconocido, desconfianza a lo que sería su futuro. Ocho de sus familiares más cercanos hicieron o hacían parte de la guerrilla. Tíos, hermanos y primos habían decidido ir a las armas como estilo de vida, mecanismo de empleo o venganza por alguna tragedia. La organización militar fue lo que más le sorprendió.

Allí le hablaron de las diferencias de clases, de la injusticia social, de las élites, de la burguesía, de la oligarquía, de Lenin, de Marx, de Engels, de todo lo que siempre habla la guerrilla. Tenía claro que en su familia había mucha pobreza. Su madre vivía en Neiva aseando casas y lavando ropa. Estudiaba, no tenía muchos juguetes y nunca conoció a su padre. La decisión parecía tomada, quería seguir su vida en las selvas de Colombia.

“Yo comprendo que la guerra es dura. Mi familia ha puesto una cuota grande de sangre en esta guerra. Ese es el aporte que nosotros hacemos en esta lucha para hacer de Colombia un país mejor. El ejército, los soldados que también mueren, también tienen su aporte a la guerra”, dice mientras juega entre sus dedos con el tallo pequeño de una mata. Él no es tímido, habla con seguridad, cree en lo que dice y hace, pero admite que es tiempo de acabar con tanta barbarie.

Desde que se hizo guerrillero tenía claro que debía ser uno de los mejores. Rápidamente se destacó y desde hace tres años hace parte de la columna móvil Teófilo Forero, una de las más sonadas y temidas. “La fama de esa columna no es gratuita, en promedio de ocho mil o diez mil hombres de las Fuerzas Especiales del Ejército de Colombia nos buscan. Los medios y el Estado en general ayudaron a incrementar esta fama, pero no hacemos nada distinto a otros frentes o compañías”, dice este guerrillero de casi dos metros de altura.

Esta columna es comandada por Hernán Darío Velásquez, alias El Paisa, a quien las autoridades responsabilizan de ser el cerebro del atentado al Club El Nogal en Bogotá, de los asesinatos de los miembros de la familia Turbay Cote y del secuestro y asesinato del exgobernador del Caquetá Luis Francisco Cuéllar, además de estar señalado de dirigir el secuestro masivo en el edificio Miraflores de Neiva y la masacre de nueve concejales en el municipio de Rivera, Huila. “Él es un tipo normal, los guerrilleros lo quieren porque sabe mandar muy bien. Se mueve sin problemas en lo político y en lo militar. Ahora que está aquí promoviendo la paz hay que creerle. Es un tipo que no necesita mentir para que la gente lo quiera”, confiesa Gilbert, aunque sabe que todos los delitos cometidos se hicieron en el marco de un conflicto deshumizado y perverso, en el que todos tenemos una porción de responsabilidad.

Durante el conflicto siente que ha perdido y ha ganado. Ahora en la serenidad del cese bilateral y la tranquilidad de estar en la X Conferencia de las Farc, acepta que en la guerra le temía a los bombardeos del Ejército y la Fuerza Aérea. “Si uno no sabe controlar la mente, un bombardeo atemoriza mucho. Uno se acuesta a dormir sabiendo que en cualquier momento llega el avión y suelta sobre nosotros una cantidad enorme de bombas. Hasta dieciséis o diecisiete bombas nos han soltado en algún campamento guerrillero”, dice Gilbert.

Y es verdad, si bien resulta difícil saber con precisión cuánto le vale al Estado un bombardeo a las Farc, pues todo depende de la intensidad y duración del combate, lo que sí se puede comprobar mediante el estudio “Las cifras de la guerra y de la transición”,realizado por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) y la Agencia de Comunicaciones para la Paz (Acpaz), es que la guerra no resulta barata. Según la investigación, el promedio del gasto estatal en lo que tiene que ver con la guerra fue de $ 7,6 billones por año, lo que significa que fue de 22.000 millones de pesos por día.

“Un día estábamos durmiendo dentro de la “caleta” (cama o cambuche), y de un momento a otro escuchamos el bombazo. Ahí la tierra tembló. Uno solo sabe que tiene que coger su arma y salir corriendo. Yo me tiré por un barranco y sentía cómo pasaban por encima de mí los palos, piedras y cosas que salían volando. Cuando caí al caño sentí entre los labios mucha resequedad, tal vez por la pólvora. Uno no manda bien la saliva después. Es muy jodido”, narra representando con gestos todo lo que dice.

Hoy todo está muy tranquilo. De camino a la Conferencia, Gilbert comprobó de primera mano que los acuerdos y la posibilidad de alcanzar la paz son posibles. Junto con él, un grupo de casi cien guerrilleros venían en dirección a El Diamante, cuando se encontraron de frente con más de trescientos soldados que estaban haciendo guardia en algún punto entre el Caquetá y Meta: “Nosotros pensamos en las palabras del presiente Santos. Yo tuve mucho miedo, pánico. Mandamos a un emisario vestido de civil para que les contara quiénes éramos y por qué íbamos a pasar por allí. Nos cruzamos y saludamos. Algunos militares levantaban la mano, otros no. Fue muy tensa la situación. El Mayor nos saludó y nos dijo: “Ustedes piensan diferente que nosotros, pero hoy no va a pasar nada, adelante”. Después de cruzar y de sentirnos lejos me di cuenta que estaba temblando”, confiesa.

Gilbert Vargas sigue siendo un joven de origen humilde. Tiene sueños y aspiraciones. Él quiere que este proceso llegue a un final feliz, y para ello, ha empezado a capacitarse en otras cosas distintas a los fusiles y estrategias militares. Durante un año, algunos odontólogos fueron llevados a los campamentos que ocupó para prepararlo a él y a otros de sus “camaradas” en temas de odontología. Siente que sabe, le gusta y quiere perfeccionar más la técnica. Por sus manos ya han pasado 38 bocas de guerrilleros y campesinos con problemas dentales. “Ya tengo mis instrumentos y me estoy preparando para ser un buen odontólogo. Veo videos y trato de ver cómo se tiene que hacer para no causarle daño al paciente”, concluye este guerrillero con una sonrisa.

Por el momento, el 23 de septiembre termina la conferencia guerrillera y habrá pronunciamientos, seguramente, en favor de lo que se acordó en La Habana.  El 2 de octubre es el plebiscito. La responsabilidad ahora es de todos los colombianos que no podemos ser indiferentes a tamaña responsabilidad. Está en nuestras manos hacer que hombres como Gilbert Vargas sigan pensando en un consultorio odontológico y no en formas de agredir o matar a cualquier colombiano en el futuro.

 

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Este texto hace parte de A la guerra, adiós, un especial narrativo y periodístico producido por el CrossmediaLab.

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