"La Colombia que no hemos sabido ver ni contar", un reto para los contadores de historias en el posacuerdo

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"La Colombia que no hemos sabido ver ni contar", un reto para los contadores de historias en el posacuerdo
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Miércoles, Enero 9, 2019
Desarrollo y paz
Profesores
El tadeísta Juan Camilo Jaramillo es uno de los escritores invitados en el libro "Retos a la comunicación en el posacuerdo" del Centro de Pensamiento en Comunicación y Ciudadanía de la Universidad Nacional de Colombia. En su capítulo diserta sobre la necesidad de pensar nuevos relatos y protagonistas de las historias que se insertan en los imaginarios de nuestra sociedad, sin olvidar la memoria, el caótico presente y la visión del futuro.
Fotografía: Laura Vega - Oficina de Comunicación

Un llamado a construir nuevos relatos desde la ficción, lo periodístico y las narrativas de los medios de comunicación, a partir de fuentes que den cuenta de las lógicas del posacuerdo y donde surjan los protagonistas de las historias de la guerra sin prejuicios ni estereotipos, es la Colombia que, según el profesor y asesor de Rectoría de Utadeo, Juan Camilo Jaramillo López, “no hemos sabido ver ni contar”. Sobre ello, versa su participación, en el capítulo publicado en el libro “Retos de la comunicación en el posacuerdo: Políticas públicas, legislación y renovación de las culturas políticas”, auspiciado por el Centro de Pensamiento en Comunicación y Ciudadanía de la Universidad Nacional y editado por el historiador Fabio López de la Roche y el sociólogo Edwin Gerardo Guzmán.

La publicación reúne los trabajos de investigación y de análisis de académicos, periodistas, dramaturgos, analistas políticos y comunicadores, desarrollados entre 2015 y el primer semestre de 2017, en torno a la formulación de políticas públicas de comunicación en temas como la desconcentración de medios, las ciberculturas, los medios comunitarios, las redes sociales y las TIC, así como la exploración de los ámbitos de la comunicación en entornos complejos y de coyuntura, entre ellos, la memoria, las pedagogías para la paz, el posconflicto, los procesos de verdad y justicia transicional.

En su capítulo, Jaramillo vuelve sobre la importancia del contador de historias a la hora de hacer visible aquello que no es visible a simple vista, pero ante todo el rol que tiene de “rescatar lo que pareciera condenado al olvido”. En ese sentido, sugiere que los narradores deben desentenderse de las historias que hasta ahora se han contado, que legitiman la violencia, perpetúan la guerra y naturalizan en la memoria de la sociedad las décadas de sufrimiento, conflicto armado y violaciones a los Derechos Humanos, lo cual significa “mirarnos de otra manera, pensarnos de otra manera”, en un puro acto de reinvención.

Frente a las historias de conflicto que nos han antecedido, Jaramillo sugiere que Colombia ha sido la Esparta de esta zona del planeta, en la medida que hemos comprendido el mundo y la vida desde el privilegio de la fuerza por encima de la civilidad, estableciendo fuertes umbrales de tolerancia ante la guerra y el beneplácito a la solución violenta de los conflictos y el exterminio del adversario, al que se rotula como agresor, combatiente, sicario o bandido, según sea el frente de batalla.

En tal virtud, conviene, desde la perspectiva del autor, no solo desarmar los ejércitos y negociar las diferencias, sino que también es necesario construir nuevos relatos diferentes a los de la guerra, al tiempo que se resuelven las guerras que se enfrentan en la cotidianidad, como lo son la inequidad social, la arrogancia del poder y la ausencia del Estado por su centralismo burocrático, corrupción, negligencia regional y local.

Pero sin duda, arguye Jaramillo, ese desarme del odio hacia el adversario no solo tienen que darlo las víctimas y quienes han sido golpeados por el conflicto armado, debe ser aplicable para aquellos que no albergan la memoria del dolor real de la guerra: “el odio y el miedo son dos sentimientos que habrá que desarmar en el posacuerdo, si queremos un país distinto y empezar con doscientos años de retraso la construcción de una democracia civilista capaz de vivir sin la sombra y la amenaza de la guerra”.

La invitación entonces es a “ponernos a pensar juntos (…) Ponernos a narrar juntos (…) Nuestras historias, nuestros relatos”, en donde la construcción de las nuevas memorias e imaginarios sociales están mediadas por la fuerza de este relato colaborativo, sin que ello se traduzca en una apología a la impunidad y al olvido de las víctimas, sino que por el contrario, conduzca a garantizar la no repetición de las acciones violentas.

Sobre ello, Jaramillo expone tres ejes a los que denomina como “Narrativas útiles en el posconflicto, las cuales se relacionan con: hacer arqueología de la conciencia (pasado de conflicto); ordenar el caos del presente (el hoy del posacuerdo) y proponer imaginarios de futuro.

En el primer eje, que va más allá de una mirada historiográfica de la guerra, el dramaturgo, escritor y comunicador colombiano insta a hacer visibles las influencias, los contextos y las crisis que se erigieron como referentes comunes de la manera en la que los colombianos piensan, se comportan y aceptan o rechazan socialmente.

El segundo término, hace alusión a los géneros periodísticos, pero también a las ficciones relacionadas con las producciones dramáticas y melodramáticas del cine y la televisión. Sostiene que durante más de dos décadas se le ha hecho apología al mensaje del “combatiente espartano” reflejado en la actualizada figura del sicario y del criminal que es recibido como héroe: “Leer el presente para asumir posiciones y actuar es, quizás, el nivel ideal de un espectador ilustrado, que no solamente consume información o se enfrenta a modelos de comportamiento, sino que puede distanciarlos e interrogarlos”, indica Jaramillo.

En el tercer eje, propone un reto narrativo a la ficción, así como a géneros periodísticos como la entrevista, el reportaje, el análisis y el magazín: “construir un imaginario poderoso de futuro con la capacidad movilizadora para animarnos a enfrentar el desafío de aprender a ser de un modo diferente al que está instalado en nuestra memoria cultural, que aprendimos desde la infancia y que reconocemos como esencia de nuestra cotidianidad”, propone el autor.

Como penúltimo término señala que el relato de las víctimas debe darse mediante una lectura transversal, en el que el peso inicial de la narrativa del posacuerdo tenga su asiento en estos actores. En ese sentido, afirma que cuando la humanidad sepulta los testimonios y la verdad de sus víctimas, labra el camino no solo para la impunidad sino para la continuación de los hechos de barbarie y el retorno al camino de la agresión: “el manejo responsable de la información y el cuidadoso ejercicio de contar, con conciencia de futuro, la manera como se desenvuelva la implementación de lo acordado”, es la clave, según el autor, para llegar a una reconstrucción ética, moral y social de nuestra sociedad.

Pero, por último, este cambio debe dimensionarse en el ciudadano de a pie, en donde el país asimile y dimensione lo implementado en los acuerdos y se resuelvan los imperativos referentes a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición de los hechos de violencia, lo cual requiere un acto de reconstrucción de la manera como comprendemos el ser y el vivir: “la producción de nuevos relatos, la configuración de nuevos modelos y referentes éticos y morales y el apoyo constructivo a la constitución de nuevos paradigmas e imaginarios de civilidad, convivencia y respeto por el otro”, debe ser la manera como los ciudadanos interiorizan el posacuerdo, construyendo nuevos héroes, ya no desde la guerra ni por sus condiciones privilegiadas, sino más bien narrados como ciudadanos del común, cuyas historias anodinas se convierten en sorprendentes gracias a la pericia del contador de historias, quien se acerca con ánimo de respeto y curiosidad.

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