Por PEDRO ZAPATER
Me parecía que no había hecho nunca una película realmente positiva y eso era algo que me interesaba. Construir en lugar de destruir se presentaba como un reto interesante. A estas alturas de mi vida y de mi carrera quería hacer un filme alegre, un filme que haga soñar a la gente, que les de placer…», decía Jean-Pierre Jeunet, el director de ‘Amélie’, en 2001, cuando su película se estrenó en Francia y se convirtió en un éxito de taquilla (siete millones de espectadores la habían visto en el país vecino tras su estreno en el mes de abril). El largometraje del cineasta galo, que hasta entonces había dirigido títulos como ‘Delicatessen’, ‘La Ciudad de los Niños Perdidos’ y ‘Alien: Resurrección’), logró su objetivo y la cinta se convirtió en todo un fenómeno cinematográfico. En España se estrenó el 19 de octubre de aquel año y, al igual que ocurrió en otros países, fue muy bien recibida por la crítica y por el público, aunque para algunos sectores la película fue tachada de ser excesivamente empalagosa.
‘Amélie’ narra, a medio camino entre la realidad y la fantasía, la vida de una joven solitaria (Audrey Tautou) que tuvo una infancia complicada y que trabaja como camarera en un bar de Montmartre, en París. Un hecho fortuito transforma su vida y, desde ese momento, dedica sus esfuerzos a cambiar el destino de quienes le rodean de una manera sutil y poética. Y ahí comienza la controversia entre los espectadores que ven en ‘Amélie’ una buena película que combina humor, ternura e imaginación y los que piensan que se trata de una obra edulcorada y que el personaje de Amélie no es más que una entrometida acosadora que va por ahí vendiendo felicidad.
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