En su columna, la autora describe el testimonio de la joven secuestrada y plantea que, aunque fue liberada físicamente ilesa, el caso no puede tratarse como un hecho superado ni “resuelto”, porque revela que en varias zonas del país hoy sigue siendo posible retener, desplazar y silenciar a una mujer joven que participa en espacios comunitarios, sin que exista plena garantía de protección ni de libertad para denunciar. También señala que el miedo sigue funcionando como una forma de control social: aun después de recuperar la libertad, la víctima no puede contar todo lo que vivió ni nombrar con claridad a los responsables por razones de seguridad.
El texto conecta el caso con un problema más amplio: la persistencia del secuestro, la intimidación y la presión armada sobre liderazgos sociales, especialmente en territorios donde confluyen economías ilegales y disputas entre grupos armados. La estudiante advierte que este tipo de violencias no solo vulneran a una persona o a una familia, sino que van minando el derecho a la participación pública y política de las juventudes rurales y semirurales. “Ser joven, mujer y liderar procesos sociales en Colombia sigue siendo una posición de riesgo”, argumenta en su columna.
Además, la autora incorpora una reflexión personal en primera persona: se sitúa también como una mujer joven de 18 años y expresa empatía directa frente al miedo, la angustia y la incertidumbre que pudo sentir Sara Sofía durante el secuestro. Ese cruce entre análisis periodístico y mirada generacional le da al texto un tono testimonial que trasciende la cifra o el parte oficial y enfatiza el impacto emocional y humano que estos hechos dejan.







