De Cali y algunas películas

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De Cali y algunas películas
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Lunes, Julio 16, 2018
Edgar Jiménez trajo de Cali sus raíces negras y el cine. En su taller habitan Jacob Lawerence, el jazz y las historias de un artista caleño en Bogotá.

 

“Bogotá ha sido chévere por tener amigos. De seis que llegamos a Bogotá, se devolvieron cuatro” explica Edgar Jiménez con marcado acento caleño y sonrisa grande. Él fue uno de los que se quedó en la capital, en relación simbiótica con la ciudad, como campo de estudio y también como lugar de trabajo.

En el centro de Bogotá, sobre la calle 22 y a los ojos abiertos del módulo 7A de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, muchos artistas como Edgar tienen instalado su taller: pintores, escultores, fotógrafos e ilustradores, personas comunes y corrientes que se dedican en su vida al arte.

 

 

Al entrar al taller, ubicado en el viejo Edificio Faenza, encontramos cosas interesantes: la distribución de los objetos, la posición quinésica del artista al momento de abordar su obra, el quejido de un lápiz, la disposición de una reproducción facsímil, el modo en el que un productor abstrae los lamentos de objetos, ideas y cuerpos para hacerlos suyos, reflejándolos dentro de la imagen, todo dentro de un mismo espacio.

Y es que Faenza Estudio permite a los seres que lo habitan conservar intacta su presencia, aún al combinarse con sus cuerpos, trabajos y esperanzas. Eso es claro en Edgar, quien explica que: “Tener taller es un reto, porque todo el tiempo se está poniendo sobre la mesa la creatividad. Yo que vengo de la pintura al óleo y la cosa académica siempre he tratado de salirme de esos límites, por eso la importancia del dibujo, del comic, de la riqueza que me da trabajar con tinta china y demás formatos que necesitan un espacio como el taller para existir”.

 

 

Dentro de esa riqueza encontramos unos cuadros vintage, pintados al óleo, de carteles antiguos del cine Blaxpoitation, colgados en la pared que mira de frente hacia la entrada del taller. Este género cinematográfico surgió en los años 70, explotando una imagen superficial pero poderosa de lo que se considera “ser afroamericano” en los Estados Unidos de América. A Edgar este tema le apasiona, al punto de que ha llegado a hacerlo propio a partir de su propia piel, historia y vivencia.

Edgar llegó a Bogotá hace siete años. La facilidad de contar con amigos fue lo que permitió que su estancia en la ciudad se prolongara, además de que representaba un nuevo campo de cultivo para su proceso artístico. Aquí, en pleno centro de la capital del país, lleva dos años. Gracias a la recomendación de un amigo, y a un periodo de tiempo viviendo en el campo, las ganas de tener un taller de nuevo lo motivó a tomar el espacio.

Eso sí, no fue una decisión en solitario, ya que “luego llegaron más y las ideas se volvieron más orgánicas. 'Hagamos algo, realicémonos', esa fue la idea inicial; ahora somos 9 aquí en el edificio y 5 más que no están en el momento”, explica señalando hacia los pisos superiores del edificio.

 

 

De esta forma es que el espacio ha logrado crecer hasta consolidarse como un centro de formación, experimentación y trabajo duro. En cada uno de sus pisos se integran artistas e ideas, dando vida al antiguo edificio de reminiscencia arquitectónica con miras al Art Deco. Tal como el estudio de Edgar, que tiene ventana y chimenea extinta, los demás espacios son iguales y repetitivos, variando, eso sí, en la creación que allí se gesta.

Los lugares céntricos siempre albergan la contaminación más alta, pero también la riqueza de todos lados, un proceso caótico y divergente que requiere temple y dedicación para aprender a extraer lo mejor de cualquier espacio o situación. Un ejemplo de esto es la proliferación de centros educativos, como Utadeo. Campus y centros de formación que alimentan a las personas, las manifestaciones culturales y las lógicas de convivencia.

 

 

 

"Cuando llegué aquí habían pasado unos 6 meses desde la caída del Bronx, entonces era fuertísimo por la cantidad de habitanes de calle. Fue duro el choque, venir de un barrio residencial, 'seguro' por así decirlo, frente a aquella gente que no tiene estrato, sin casa y entregada a su karma. Estar aquí ha sido lidiar con eso y estar en un punto en donde tienes acceso a casi todo: materiales, el furor del centro, la saturación de gente y espacios", afirma Edgar entusiasmado al observar con cariño su lugar de trabajo, su taller.

 Por: Jorge Llanos

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