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Leonardo Guayan reposa la mirada, observa sus fotografías y remarca la siguiente frase: “Lo universal está en todo y en todos, desde el aire hasta las estrellas. Somos parte de ese universo”. La frase puede sonarnos simple, pero guarda en sí un concepto claro: la unidad. El Todo por el Uno y el Uno por el Todo; ser conscientes de que hacemos parte de una red a lo largo y ancho de nuestro universo es un comienzo clave para entender los espacios artísticos, los talleres y el trabajo matérico del arte.
Dividido el espacio, en un piso elevado del edificio Faenza Estudios -ubicado en la Calle 22 N° 5-33-, encontramos un recinto para la contemplación y otro para la producción. Su taller es aséptico, no se nota el rubro ni la madera, pero sí la conciencia y el concepto. “Aquí me encargo de lo digital -menciona señalando su escritorio- pero en el otro cuarto está el laboratorio análogo”.
Un escritorio sencillo que alberga un computador y varios papeles. Entre el espacio de exposición de sus fotografías, un pocillo y una bombilla para beber Mate hacen gala de sus afinidades con el Cono Sur del continente. La pared blanca, la chimenea oscura y límpida que no guarda rastros de haber albergado fuego alguno, son los gigantes dormidos, arquitectónicos y sutiles que custodian, acompañan y vigilan a Leonardo Guayan al momento de producir, comentar, exponer y realizar su trabajo.
Es claro que en la fotografía no podemos reclamar el mismo espacio que en la plástica tradicional: no existe el desorden del taller o la gran cantidad de herramientas y recursos. Sin embargo, el lugar personalizado confabula con la exposición que se enmarca dentro de sus paredes para ser consiente de un paso y de otro, el del fotógrafo como expositor y el fotógrafo como trabajador.
La pulcritud entre la disposición de las obras y los enseres propios del taller recuerdan los laboratorios de fotografía en Utadeo, en donde los estudiantes aún realizan análogamente sus fotos -igual que Guayan-, tejiendo un vínculo entre la institución y sus vecinos más cercanos, siendo participes ambos de una ebullición de conocimiento y productividad en el centro de Bogotá.
De entre todas las obras, resaltan una serie de fotografías de aceite de motor mezclado con agua, imágenes que refulgen de luz. “El color te pone a soñar -menciona Guayan haciendo la diferencia entre sus trabajos a blanco y negro y los hechos a color-. Lo más lindo es pensarlo de manera metafórica, a veces vemos cosas que no asimilamos ni reconocemos aun estando cerca de nosotros”. Esta sensación de intimidad atraviesa su obra de forma concreta.
La otra serie de fotografías expuestas se llama Esencia, una secuencia de retratos de niños captados a lo largo del continente suramericano. “La fotografía para mí es un encuentro. Lo que se plasma allí es el encuentro entre el tiempo y el espacio”, asegura. En blanco y negro, retratados con naturalidad dentro de sus entornos endémicos, Guayan logra encontrar al espectador con esos niños, a la par que transporta a los observadores a los lugares, sombras y tonalidades que reflejan sus imágenes.
Esta capacidad de encuentro se manifiesta también dentro del grupo de artistas que pueblan el edificio Faenza Estudios. A partir de pequeños pasos, Guayan y otros artistas han unido esfuerzos por crear nuevas conexiones entre el público y las obras de arte, sin la necesidad inmediata de entes intermedios, como instituciones o galerías.
“Un grupo de amigos y yo nos hemos juntado poco a poco para empujar el mundo del arte, no solo desde la institución y la galería, sino a través de otros ejercicios: convocatorias de video, encuentros, foros, y a partir de ello generar una onda con todos los artistas”, explica al referirse acerca de sus esfuerzos comunitarios por sobrevivir dentro de este sistema.