La dignidad

Año 2010, vía entre Paletará y Coconuco, Cauca. El Grupo de Operaciones Especiales de la Policía iba en camino a recuperar un grupo de secuestrados. El terreno estaba verde, los árboles con su bambolear natural, los matorrales superaban el metro de altura y las nubes negras se aglomeraban en el cielo. Las coordenadas ya estaban confirmadas y la misión no tenía marcha atrás.

Sexo: hombre. Color de piel: trigueña. Color de ojos: café claro. Aproximadamente 1,70 cm de estatura, esta podría ser una muy breve descripción del protagonista de esta historia, tal vez emotiva, tal vez heroica, tal vez común, tal vez solo una historia.

Ángel David Ruiz Gutiérrez no es ni héroe ni villano, es él. Tan él como el cuerpo que cubre sus sentimientos, tan él como el uniforme que viste cada vez que se promete ayudar al prójimo, pero aún más, tan él como las cicatrices que comprenden casi toda la parte izquierda de su cuello hasta su pecho, y que, con orgullo, luce como ningún otro podría hacerlo.

Es el mismo que con disposición abre las puertas de su casa, de su familia, de su corazón y de su pasado para contar a quien le interese, la historia que aunque para muchos puede ser triste, para él fue una prueba de fuego que reavivó las ganas de continuar en su vocación.

 

Herónimo, el segundo hijo de Ángel Ruiz, es uno de sus motivos más grandes para regresar a casa después de cada jornada laboral. (Foto: Rocío Guzmán).

 


“A Ángel desde pequeñito le gustaban las armas, hasta las hacía de palo y las cargaba en el hombro. Siempre soñó con eso”, asegura en medio de miradas y risas de complicidad Margarita Gutiérrez Ladino, mamá de Ángel.

David, como mejor lo llama su madre, tomó la decisión de pertenecer a la Policía Nacional de Colombia mientras cursaba quinto semestre de Administración de Empresas en Hotelería y Turismo como estudiante becado en el Insutec (Instituto Superior de Carreras Técnicas Profesionales).  

Nació el 14 de septiembre de 1988. Siempre pensó que su vida estaba en un lugar donde “pudiera ayudar a las personas”. Se interesó por entrar al ejército, sin embargo, cuando tenía 18 años, resolvió ingresar a la policía.  Pocos días antes de integrarse a sus estudios académicos, le avisó a su familia que era el momento de desprenderse de su hogar para hacer realidad su proyecto de vida: trabajar para proteger, defender y aportar a la sociedad. 

“Él estaba en la universidad y se presentó sin decirnos nada, nos dijo ocho días antes de presentarse. Yo solamente le pido todos los días a Dios y a la Virgen que me lo ampare y me lo favorezca donde quiera que esté”, sentencia su madre con las manos entrelazadas en medio de las piernas.

Ruiz ingresó como auxiliar regular, el rango más bajo dentro de la institución, pero con la meta clara de pertenecer al Comando de Operaciones Especiales Rurales, grupo que se encarga de las misiones contra los grupos alzados en armas.

El 25 de febrero de 2010 estaba en curso para pertenecer al grupo de choque contra guerrilla, en el Cauca.

Todos los días esperaba lo peor. La adrenalina lo motivaba, lo movía, lo inspiraba. Estaba tan dispuesto a defender a su nación que no le temía a lo que podía pasar.

 

A los 18 años Ángel Ruiz decidió ingresar a la Policía Nacional de Colombia con la convicción de proteger, defender y aportar a la sociedad. (Foto: Catalina Uribe).



La confrontación

El día transcurría normal, la tensión cotidiana que se vivía en uno de los territorios más afectados por el conflicto armado en Colombia no era distinta. La comunidad siempre estaba alerta, y el clima variaba tanto que no permitía percatarse de qué tan caluroso o fresco estaba el ambiente. Ángel, por ejemplo, no lo recuerda.

Llegó la misión, se reportó una toma de rehenes en la vía que conecta a Paletará y Coconuco. Coconuco es el etnónimo con el cual los europeos conocieron al grupo étnico habitante de la zona alta de la Cordillera Central Andina, cuyo límite superior lo constituye la Sierra Nevada de los Coconuco. Paletará es uno de los tres resguardos indígenas que comprenden este municipio.

El GAULA (Grupos de Acción Unificada por la Libertad Personal) del departamento del Cauca le pidió apoyo al Grupo de Operaciones Especiales, puesto que era un territorio bastante golpeado por la guerrilla. Ángel participaría en la misión. Se verificaron las coordenadas y la existencia de secuestrados.  Finalmente, se puso en marcha el operativo.

En el municipio de Coconuco se organizaron los grupos en vehículos. Ángel hacía parte de la avanzada (carro que lidera la tropa y avisa si se identifica alguna irregularidad en el camino). Llevaban, aproximadamente, media hora de recorrido. La avanzada pasó por encima de una alcantarilla trampa que contenía cilindros con explosivos de alto impacto, lo que ocasionó el vuelo inmediato del carro y de los policías que iban en él.

Una vez explotó el camión los guerrilleros involucrados empezaron a descender de la montaña para rematar el ataque con disparos. El impacto de la explosión afectó a Ángel en la parte izquierda de su cuerpo, dejando múltiples esquirlas en su rostro, cabeza y cuello. Recibió un disparo en el brazo izquierdo que le fracturó el húmero, además de ocasionarle fractura de mandíbula debido al rebote de la bala, sin embargo, era de los “menos afectados” que había dejado el hostigamiento.

Soldados en el suelo clamando ayuda, sangre en la carretera que salía de los cuerpos desmembrados, algunos yacían muertos. Uno de los camiones de la policía estaba completamente destrozado. Hombres armados de valor para enfrentar una guerra que era imposible de evadir. Miles de disparos ensordecedores eran, a grandes rasgos, el paisaje que enmarcaba la situación.

“En ese momento me sentía débil e indefenso porque no podía mover mis brazos, estaba como loco por la explosión, me zumbaban los oídos, escuchaba los gritos de mis compañeros y decía dentro de mí: yo no me puedo morir.  Pensaba en mis papás y en mi novia, que ahora es mi esposa. Eso me dio fuerzas para vivir”, relata Ángel, siete años después del episodio.

En medio del caos y los disparos no quedaba tiempo para lamentaciones o condescendencias, un instante de descuido era una vida perdida, y ese, no era exactamente el momento más apropiado para correr riesgos.

A rastras y evitando que los guerrilleros lo vieran, Ángel fue llevado hasta uno de los camiones que pasaban por la zona y que fueron utilizados para transportar a los heridos hasta el centro de salud más cercano, el de Coconuco. Lo subieron a la cabina en el puesto de la ventana, uno de sus compañeros le acomodó el fusil al lado de su puesto y le dijo: “Va solo Copesito, Dios lo bendiga, ojo”, y el camión arrancó.

María Alejandra Contreras, novia de Ángel durante el atentado, es hoy la esposa y madre de sus dos hijos, Herónimo e Isabella. (Foto: Rocío Guzmán).

La recuperación

Le prestaron los primeros auxilios alrededor de las nueve de la mañana en el centro de Coconuco, y a las dos de la tarde fue trasladado a Popayán en una patrulla aérea, ya que se rumoraba la presencia de guerrilleros a las afueras del municipio para atacar nuevamente a los policías heridos cuando fueran trasladados a otros hospitales.

Una vez lo recibieron en Popayán le hicieron reanimación y múltiples cirugías necesarias para mantenerlo con vida.

Ángel fue sometido a una traqueotomía, procedimiento quirúrgico mediante el cual se hace una incisión en la tráquea para extraer cuerpos extraños, tratar lesiones locales u obtener muestras para biopsias; una cirugía de tutor, procedimiento quirúrgico de alargamiento o reconstrucción ósea; tuvo puesto un cerclaje en la boca mientras salía de la crisis, para tratar una fractura mandibular; estuvo sujeto a respiración artificial; ingresó a cuidados intensivos y estuvo en coma inducido por seis días.

“Para nosotros Ángel volvió a nacer. En esta casa se le celebran dos fechas de cumpleaños, el 14 de septiembre y el 25 de febrero”, cuenta María Alejandra Contreras, su esposa y la mayor motivación de Ángel mientras estuvo en coma. Según él, su voz fue el estímulo para despertar.  

Duró un mes en Popayán, luego volvió a Bogotá donde le realizaron otra cantidad de procedimientos quirúrgicos y finalizó el proceso de recuperación.

En general muchas de las cosas aquí contadas hacen parte de la reconstrucción entre las lagunas mentales que llegan a la memoria de Ángel, y el relato de las vivencias de su familia durante su recuperación, no hay un recuerdo completo, ni una sola versión. Todo se cuenta desde la angustia de su madre, la incertidumbre de su esposa y las lágrimas de su padre que aún no puede evitarlas al recordar el terror que sientió de pensar en la posible ausencia de su hijo.

Siete meses después se recuperó completamente, era el momento para cumplir su sueño, pertenecer al Comando de Operaciones Especiales, sin embargo, debido a su condición física (deformidad en el brazo, perforación de oído y disminución de vista) no le permitieron hacer el curso y lo trasladaron a Bogotá para que prestara servicio cerca a su familia.

Pasar tiempo con su familia, salir al parque, cocinarle a sus hijos y hacer ejercicio es quizá para Ángel la mejor manera de disfrutar los momentos de descanso. (Foto: Rocío Guzmán).

La actualidad


Odio, rencor y venganza, justamente son sentimientos que nunca se le han pasado a Ángel por su cabeza y mucho menos por su corazón.

“Yo soy partidario de hacer lo que a uno le gusta porque lo haces con cariño, con amor. No te afecta si tienes que hacer sacrificios o pasar necesidades porque lo haces con el corazón. A mí me gusta lo que hago”, asegura Ángel Ruiz.

Ángel siempre fue consciente del riesgo al que se enfrentaba, incluso, lo sigue siendo mientras se empeña en alcanzar su objetivo al lado de sus dos nuevas bendiciones, su hija Isabella, de cinco años, y su hijo Herónimo, de cuatro meses.

Entre tantas conversaciones en la sala de su casa, junto a su madre, su esposa y su hija, Ángel se pierde un segundo para entrar a la habitación donde Herónimo descansa. Al parecer intenta pensar que nadie notó su ausencia y deja salir su lado más paternal, mira a su hijo con ojos de ternura, es la mirada de un padre orgulloso.

El mejor pasatiempo de Ruiz es compartir momentos junto a sus hijos y hacer deporte, no le gusta el licor. Según su madre le gusta la cocina, es entregado a su familia y considera a sus compañeros de trabajo como sus únicos amigos.

Es un héroe para su familia, aunque no dejan de lado el miedo de perderlo en cualquier momento, el recuerdo del atentado vive latente en su memoria y no contemplan volver a pasar por una situación así, por eso lo animan a que termine su ciclo dentro de la institución académica en la que estaba matriculado. En este momento hace parte del grupo de choque de la Policía Metropolitana de Bogotá, y el 7 de octubre pasado, fue ascendido a subintendente.

Aunque para ingresar a la Institución abandonó sus estudios, hoy desempeña las dos labores. Estudia Orientación Deportiva a distancia y trabaja defendiendo su país.

En un apartamento de paredes azules, casi verdes, con dos habitaciones, un baño y una cocina se reúnen Ángel, su esposa, su hija de cinco años, su bebé de cuatro meses, su mamá, su papá, un tío y sus dos perros. En ese mismo lugar su madre lo despide en las mañanas con la bendición. Todos los días lo espera orando al llegar la tarde o la noche, nunca se sabe. Desde que sale hasta que regresa, Margarita Gutiérrez Ladino, su progenitora, permanece pidiéndole a Dios que lo proteja, para que lo que vivió un día tan cerca, se quede solo en un mal recuerdo del que salió con la ayuda de sus amigos, y claro, del que arriba ve todo lo que abajo se hace.

 

 

 

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Esta crónica hace parte del especial "La otra cara del conflicto, rostros e historias" producido por el CrossmediaLab en asocio con la Policía Metropolitana de Bogotá, a través de su Modelo de Policía para el Posconflicto, que busca contar un puñado de historias que tienen como común denominador: la vida, la reconciliación y el perdón de sus protagonistas.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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